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¿Inglés sí, o inglés no?

Por el Dr. Martín Blettler. Investigador Adjunto en el Instituto Nacional de Limnología (CONICET-UNL).



 

Por el Dr. Martín Blettler. Investigador Adjunto CONICET

mblettler@inali.unl.edu.ar

Existe aún hoy un acalorado debate dentro de la comunidad científica, particularmente argentina y latinoamericana. Ese debate, desde hace demasiado tiempo pivotea (léase entre líneas: camina en círculos) en torno a definir en qué idioma un científico debería dar a conocer su producción intelectual. Las posiciones son monocromáticas y, como generalmente ocurre, irreductibles: inglés sí, o inglés no. Como no confío en los pensamientos binarios o en quienes los ejercen (empecinados en reducir la realidad a tan solo dos escenarios posibles), no pretendo fomentar tan anacrónica discusión ni mucho menos situarme en una u otra frontera. Será tarea del lector evitar lo mismo, si así lo desea.

Innegablemente, hoy es el inglés el “idioma de la ciencia” y la gran mayoría de los científicos del mundo escribimos en ese idioma. Pero esto no fue siempre así. Hasta el siglo XVIII el latín fue la lengua franca predominante. Luego, tres idiomas se disputaron el liderazgo: el francés, el alemán y el inglés. En ciencias como la química, el alemán prevalecía, pero en otras como las humanistas, el francés dominaba el escenario académico. No fue hasta la finalización de la Gran Guerra que la victoria aliada abruptamente concluyó esa rivalidad. Cae Alemania y con ella su ciencia. Estados Unidos se revela como la nueva potencia científica. Pasados apenas 20 años surge el nazismo y con éste, un nuevo intento alemán de imponer su idioma. Paradójicamente, el mismo régimen obliga a emigrar a numerosos investigadores alemanes y austriacos, principalmente a Estados Unidos, acentuando la importancia de esa lengua anglosajona. La finalización de la II Guerra Mundial, con otra derrota alemana, termina por sepultar el último intento germano de imponer su lengua. Francia, sin posibilidades de oponer resistencia en tiempos de pos guerra, no obstaculiza el ascenso del idioma inglés como lengua franca de las ciencias. Y es así como el resto de los países e investigadores -apenas viéndola pasar de lejos- nos vimos en la necesidad de aprender y usar el inglés para hacer visible nuestra ciencia, participar en discusiones, foros científicos y ganar, dentro de nuestras posibilidades, cierto protagonismo.

Entonces, ¿es el inglés una lengua hegemónica e impuesta en ciencias? Sí, claro que lo es. Es que siempre alguna lo sería. Si no fuera el inglés, lo sería el alemán, o el francés, o hasta el ruso (si aquel ensayo socialista hubiese resultado diferente). Y si no hubiese sido ninguno de los anteriores quizás lo sería el español, aun así, seguiría siendo el idioma de la conquista.

Sin embargo, las ventajas de una lengua unificada en ciencias son poderosas y evidentes. Como resultado, un científico argentino, por ejemplo, puede mantener diálogo y enriquecedoras discusiones con un investigador inglés, turco, ruso, iraní, argelino, de Oriente Medio, de los Balcanes, del África Subsahariana o de donde fuese, sin el inalcanzable esfuerzo de aprender las respectivas lenguas maternas. Igualmente, un investigador (o cualquier persona) que domine varios idiomas aventajará a quienes no lo hagan. Los idiomas son los mapas de acceso a otra cultura. Son cambiantes, se adaptan a la realidad y al contexto socio-cultural de la comunidad del hablante. Las diferentes culturas y costumbres, al igual que la información, serán de primera mano accesible para quien comprenda varios idiomas.

Por otro lado, es conocida la limitante idiomática de muchos anglófonos quienes, víctimas de su propia supremacía, permanecen “monóglotas”. Este hecho limita su visión multicultural, su cosmopolitismo, el acceso a la información y hasta su apreciación del resto del mundo (si se me permite la exageración).

En síntesis, la ventaja del investigador latinoamericano “forzado” al bilingüismo no debe menospreciarse. Ésta, de cierta manera, representa la ventaja del “desaventajado”.

Foto: Martín B. en Universidad de Çanakkale Onsekiz Mart, Turquía (2017).