50 AÑOS DE LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS

Los bastonazos inútiles

El 29 de julio de 1966, el gobierno surgido del golpe militar sancionó el Decreto que colocó a rectores y decanos bajo disposición del Poder Ejecutivo.


Foto: Archivo Histórico.

 

El 29 de julio de 1966, el gobierno surgido del golpe militar que había derrocado a Arturo Illia solo un mes y un día antes -encabezado por el Gral. Juan Carlos Onganía- sancionó el Decreto 16.912 que colocó a los rectores y decanos de las ocho universidades nacionales bajo disposición del Poder Ejecutivo y puso fin a una década de autonomía universitaria y de co-gobierno tripartito de profesores, graduados y estudiantes.

En la Universidad de Buenos Aires (UBA), el Consejo Superior -que ya se había manifestado contrario a la irrupción del orden institucional- rechazó la intervención y estudiantes, graduados y profesores ocuparon diferentes facultades como expresión de resistencia a la medida. Por la noche, la Policía Federal irrumpió de manera violenta en las casas de estudio, golpeó a sus ocupantes y detuvo a cientos de personas. Los sucesos más violentos tuvieron lugar en la sede de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, ubicada en la calle Perú al 222 de la Capital Federal.

“Uno podría decir que las autoridades militares tenían dos objetivos centrales respecto de la universidad: uno de ellos era la despolitización, especialmente del estudiantado, y el otro era limitar el crecimiento de la matrícula universitaria que había tenido un incremento acelerado en los años anteriores. Finalmente no lograron ninguno de esos dos objetivos. De alguna manera, una expresión cabal de este fracaso es la participación activa de los estudiantes universitarios en el Cordobazo en 1969, que fue una rebelión que tuvo claramente un peso obrero, pero también una participación estudiantil muy significativa”, dice Pablo Buchbinder, investigador independiente del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravigniani” (CONICET-UBA).

Cambios en el perfil de la universidad: 1955-1966

De acuerdo a Buchbinder, la intervención cortó un esfuerzo sistemático iniciado diez años antes para revertir el carácter de una universidad fundamentalmente orientada a la formación de profesionales liberales, como abogados, médicos o contadores.

“El propósito fue transformar a la UBA en un centro académico en el que gravitara de forma decisiva la actividad científica y que además ocupara un papel central en la vida cultural de la ciudad y del país”, afirma el investigador.

A juicio de Buchbinder este proyecto, aunque afectó la fisonomía de la universidad, no revirtió completamente su carácter profesionalista ya que se concentró espacialmente en algunas unidades académicas. Si bien el epicentro de las transformaciones fue la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, también hubo cambios importantes en el perfil de la de Filosofía y Letras, sobre todo a partir de la creación de nuevas carreras como Sociología, Psicología, Ciencias de la Educación y Antropología. Las facultades de Arquitectura y Medicina, aunque en menor medida, también se vieron afectadas por este proceso.

“Más allá del impulso dado a las actividades de investigación también fueron notorios en estos años los intentos de la UBA para llegar a sectores más amplios de la sociedad. En ese sentido resulta significativa la creación de la Secretaría de Extensión que desarrolló un proyecto de asistencia en la Isla Maciel y también de EUDEBA, una editorial destinada a un público masivo que publicaba títulos de alta calidad”, afirma Buchbinder.

Intervención: violencia, renuncias y vaciamiento

La intervención de las universidades, por parte del gobierno de Onganía, a fines de julio de 1966 y la posterior violencia con la que la policía ingresó en las facultades en el episodio que pasó a la historia como la ‘Noche de los Bastones Largos’ marcó la clausura del proyecto de transformación llevado adelante durante los años anteriores.

La modalidad más común de protesta adoptada por parte de los docentes, tras la noche del 29 de julio, fue la renuncia a sus cargos. Así, alrededor de 1.300 profesores dejaron la UBA con diferentes destinos. Algunos migraron al exterior y otros se reubicaron en diferentes universidades y/o centros de investigación privados de la Argentina, mientras un tercer grupo abandonó el mundo académico para volcarse a la actividad profesional. También hubo docentes que optaron por permanecer en sus cargos y luego fueron cesanteados por las nuevas autoridades universitarias.

“Estas renuncias fueron un llamado de atención a la sociedad ante el avasallamiento de las instituciones y la brutalidad de las fuerzas del Estado. En las facultades de orientación profesionalista, como Derecho, su impacto fue relativamente menor, pero en Ciencias Exactas se detuvo un proceso que llevó a que se perdieran años de trabajo de investigación y de formación de recursos humanos. No tanto por el número de renunciantes, sino porque muchos de ellos pertenecían a los grupos más dinámicos de la universidad, aquellos que habían animado más decididamente los procesos de transformación”, relata el investigador.

“Una de las cuestiones que se debe tener en cuenta para entender la decisión de intervenir las universidades es la forma en que éstas eran concebidas por los líderes militares. Es en el contexto de la Guerra Fría en el que la llamada doctrina de la seguridad nacional venía ganando peso en las Fuerzas Armadas. Según esta doctrina, los esfuerzos militares de las naciones occidentales debían orientarse a combatir enemigos situados internamente en cada sociedad. En la Argentina las universidades fueron vistas por amplios sectores castrenses como focos de concentración de estos enemigos. Algunos militares, incluso, afirmaban que eran ‘nidos de comunistas’”, cuenta Buchbinder.

Lo cierto es que desde comienzos de la década del ’60 existía un proceso de politización y radicalización de amplios sectores de la juventud universitaria que los llevaba a cuestionar también el proceso de renovación universitaria del que antes habían sido entusiastas promotores. Estos aducían críticamente que la actividad científica que se promovía en la universidad estaba desvinculada de los problemas más generales de la vida pública, tendencia que bautizaban peyorativamente como ‘cientificismo’. También cuestionaban la aceptación de subsidios, provenientes de fundaciones filantrópicas norteamericanas como Ford o Rockefeller, para sostener proyectos de investigación.

“Me parece importante recordar que los años que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los ‘50 son años de muy fuerte confianza en la capacidad de la ciencia y la tecnología para revertir variables básicas de la situación social y económica. Pero a medida que se avanza hacia finales de los ’50 y comienzos de los ’60 ese optimismo en vastos sectores de la juventud empieza a ser cuestionado. En este sentido, en Argentina tuvieron especial impacto la decepción que generó la presidencia de Arturo Frondizi en el que habían depositado expectativas muchos jóvenes progresistas y el atractivo que ejerce la Revolución Cubana de 1959 como otra vía posible de cambio social”, reflexiona el investigador.

Pese a sus intenciones, las autoridades militares no lograron aplacar los procesos de radicalización cuya expresión se podía ver en vastos sectores del estudiantado desde mediados de los ‘60.

“Aunque la violenta intervención truncó una experiencia de transformación del perfil de la universidades, no logró contener la radicalización política de la juventud”, concluye Buchbinder.

Por Miguel Faigón

 

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